viernes, 14 de noviembre de 2008

¿Cómo la belleza puede ser tan efimera, precaria, perecedera?

En mis horas de necesidad, en mi oceano gris, en mis rodillas te rezo. Ayudame a encontrar el atardecer de mi día muribundo. Las voces siguen ahí, en mi cabeza, aunque no pueda escucharlas. Semejantes a mi luna, a mi perro, que lame mi rostro y no entiendo, si es por la humedad o por el deseo de sal. Igual sigo aquí, sin mi luna, sin Staley, y con este perro que aún no entiendo.

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